El alquimista de lo invisible

Hay muchas paradas en estaciones inexistentes durante este viaje improbable de Javier Bozalongo: la razón confusa de cada salida, la difuminada atmósfera de una playa desierta, las nuevas alegrías que se producen en la existencia diaria, la quimérica dimensión de un hombre habitado por los fantasmas de la poesía, el grano de uva de la cosecha frágil de Pavese y el desesperado baile de las ausencias mezclado en una felicidad sin pretensión. Viajes sin precisar, donde la naturaleza implota por causa del amor, del miedo a las circustancias, de las razones de la escritura, del tiempo devorado por las soledades de los libros o de los viejos recuerdos de una memoria hallada en las ocasiones que nos quita y regala la vida. Una voz sin raíz, seca y elegante, muerde al lector sin agredirlo, y su ritmo “poco granadino” enriquece la luz quemada de sus versos. Apposita ratione José Carlos Rosales habla de un libro misterioso y transparente, lleno de incandescencias y humanas debilidades: «Nada sabe la sombra de su origen. / No conoce la luz que la proyecta, / despreciando al objeto mediador / entre el sol y su ser. // No es su refugio lo que busco en mayo / sino el cobijo que regala el verso». 

El misterio y la transparencia hacen de Javier Bozalongo un alquimista de lo invisible. Un hombre nuevo, silencioso y solícito, anónimo y presente, un observador atento y desencantado. «Igual que el niño que al cerrar los ojos / cree que nadie lo ve/ así he pasado yo, / como un hombre invisible». Este mundo se confirma en una sobriedad estilística, retórica, tomando distancia de la imagen y del extremo lirismo. El poeta se cierra celosamente en el objeto y se identifica con las leyes naturales de su mundo interior y exterior, dominando la esfera emotiva con fuerza y pureza. De un viaje improbable se trata: sin embargo no hay caos, no hay delirio, y en cada parada podemos sobrepasar las sirenas del pasado para ganarnos el futuro. Con mucha probabilidad, estos versos están condenados a no envejecer. Cada uno de nosotros podrá un día regresar a ellos y reconocerse en ellos, estoy seguro. Ojalá en un día ‘ni hasta ahora vivido ni vivido de nuevo’, como le hubiera gustado leer a Pier Paolo Pasolini.


DANIEL CUNDARI

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